
Este viernes, entre casas bajas y calles de tierra, un gesto marcó la memoria colectiva: una de sus calles, antes solo numeradas como 1329, pasó a llamarse Andrea Viera. El nombre que ya es historia, que fue lucha, que sigue siendo reclamo. El nombre de una joven víctima de violencia institucional, asesinada en la comisaría primera de Florencio Varela hace 23 años.
La jornada fue tan simple como emotiva. Vecinas, vecinos, referentes de derechos humanos y familiares se reunieron para mirar juntas la nueva señalización, y para decir —una vez más— que Andrea no está olvidada. Que en cada paso sobre esas veredas vibra su historia, y que los nombres en las calles también pueden ser abrazos.
Eugenia Vázquez, su hermana, habló con Radio UNAJ. Y no pudo —ni quiso— evitar el temblor de la emoción:
“Ahí la sentí a mi hermana. Esa callecita la representa. No podría ser otra. No un barrio céntrico, sino ese: ese barrio, ese nombre, ese pueblo que la abrazó cuando más lo necesitábamos.”
Andrea fue detenida el 10 de mayo de 2002 por “averiguación de antecedentes”. Ese mismo día cayó en coma, y doce días más tarde murió en el Hospital Mi Pueblo. Los golpes, las torturas, el abandono: la violencia con uniforme. La misma que hoy parece ensayar regresos peligrosos en discursos oficiales.
Eugenia recuerda con dolor, pero también con claridad:
“Pensé que nunca más iba a tener que ver esto. Y sin embargo, vuelvo a sentirlo. Vuelvo a recordar cuando se llevaban a nuestros vecinos en 1976, y ahora, otra vez, se habla de detener por presunción. ¿A cuántos Andrea quieren llevarse de nuevo?”
Desde el 2004, Varela lucha junto a Eugenia. Aquel año se instaló el primer monolito frente a la comisaría. Después vinieron los actos, la señalización con carteles, las marchas, las palabras que se multiplican. Y ahora, esta calle.
En un país cruzado por discursos violentos, en una etapa política que —como dijo Eugenia— “hace temblar otra vez el alma”, el cartel con el nombre de Andrea en el barrio Paraná es un bálsamo, una respuesta desde abajo. Un mimo colectivo, como lo llamó ella.
Y es también compromiso. Porque como dijo Eugenia, no alcanza con nombrarla:
“Quiero trabajar con los vecinos para mejorar esa calle, aunque sea con una vereda, para que puedan salir a tomar el colectivo sin pisar barro. Porque esa calle ahora tiene un nombre, pero también tiene historia. Y la historia nos compromete.”
Y la memoria —esa que no se archiva, ni se oculta— sigue viva en Florencio Varela. Porque como dijo Eugenia, “ustedes son la voz de los que ya no tienen voz”. Y en esa calle, ahora, la voz de Andrea es cartel, es lucha, es comunidad.