Los argentinos nos encontramos una y otra vez ante operaciones, realizadas por los medios hegemónicos junto a los sectores más recalcitrantes de oposición, para descalificar todas y cada una las políticas que impulsa el presidente Alberto Fernández, más allá de su contenido.
Esto pone en evidencia que lo que objetan no es lo que proponen estas medidas, sino que se trata de una campaña que tiene como objetivo central desacreditar al gobierno, sin vacilar a la hora de mentir o distorsionar la realidad.
Para conversar acerca de este tema nos comunicamos con Daniel Rosso, sociólogo y periodista que fue Subsecretario de Medios de la Nación durante el gobierno de Cristina Kirchner.
Rosso pone en evidencia algunos de los mecanismos que utilizan los medios hegemónicos: “La metonimia es una figura de la teoría literaria que lo que hace es nombrar una cosa con el nombre de otra. Los medios hegemónicos en lugar de desarrollar argumentos para contraponerlos a los de otros, recurren a las cadenas metonímicas. Por ejemplo, nombran a Alberto Fernández y el Frente de Todos como kirchnerismo, al kirchnerismo como cristinismo, al cristinismo como La Cámpora y a ésta como el chavismo. Es un proceso de degradación de identidades. Toman una identidad como la del Frente de Todos y, al desplazarla a través de la cadena metonímica, terminan transformando ese término en otro, degradado. Es como una gran maquinaria de degradación y negativación de identidades. En lugar de haber un debate argumental sobre las políticas públicas se establece un proceso de estigmatización, y eso, en términos de la calidad democrática es muy complicado.”
“Lo que termina habiendo es la sustitución de un nombre por otro, o la sustitución de un contenido por otro. Hay un proceso de deslocalización en el que la voz del gobierno termina invadida por sentidos externos, La política pública nunca se termina de discutir.”
“Por el otro lado, hay grandes armados transversales”, continúa. “Se relata a la vicepresidenta a través de la estructura narrativa del virus: aparece como alguien invisible, en continuo avance, con mucha capacidad de contagio, y ese virus gana posiciones en el organismo, en este caso, el cuerpo del Gobierno y termina contagiando al cuerpo presidencial, diluyendo la figura del presidente”, detalla.
Rosso considera que ante estas maniobras para deslocalizar los contenidos se deben realizar tareas muy fuertes de localización. “Por ejemplo, ahora se está discutiendo el aporte extraordinario a las grandes fortunas. Lo primero que hacen es un coro común para nombrarlo como impuesto, algo que no es, porque no tiene periodicidad. La estrategia que se estableció ante esto (desde el Gobierno) es hablar sólo de los contenidos de la medida.”
Pone algunos ejemplos. Ante los intentos de asociar esta medida con una supuesta reforma impositiva o contraponerla con la supuesta creación de miles de puestos en la justicia, los voceros responden hablando sólo de lo referente al aporte extraordinario, no aceptan vincularlo con otros temas. “La primera operación es de localización, la segunda es de jugar todo el poder comunicacional detrás de esa política pública. En los próximos días va a salir una solicitada firmada por más de 1000 personalidades de la cultura apoyando ese aporte extraordinario. Luego otra de las Pymes en el mismo sentido. En síntesis, hay que contar esa política desde el Estado y el Gobierno en resistencia contra una fuerza que quiere impedir que se cuente.”
El sociólogo se refiere a las expresiones de odio que se estimulan desde los medios hegemónicos. Destaca que hace poco estuvo Steve Bannon en Argentina. Un hombre que fue el primer jefe de comunicación de Donald Trump y que en la actualidad hace las veces de asesor global de los partidos del odio. “Se supone que está construyendo algo con el ala más dura del macrismo. A mí me parece que no hay que discutir con ese polo, porque su diseño es antidemocrático. Como dice Jorge Alemán, tiene un discurso organizado alrededor del delirio. Dentro de la modernidad, el proceso de construcción de una verdad tenía dos elementos. Uno es adecuación externa, o sea, lo que vos decís tiene que tener alguna relación con lo que estás nombrando. Los discursos del odio pierden la relación con el objeto. Cuando alguien dice ‘El 5G es una operación para dominar mediante la implantación de un chip en las mentes de los argentinos, y que en eso está el kirchnerismo junto a un grupo mapuche’, la adecuación externa se pierde totalmente. Es un discurso sin anclas”, analiza.
Rosso explica que el otro elemento de la modernidad es que un discurso tiene que tener coherencia interna. “En lugar de ir desde la verdad a la creencia, van desde la creencia a la verdad. Todos nosotros creemos en algo, a lo que previamente le adjudicamos un grado de verdad. A partir de ahí creemos. En estos procedimientos, eso está invertido: ‘Yo creo algo y entonces es verdad’. Con el campo del delirio mucho no se puede hacer. Lo que no tiene que pasar es que eso adquiera capacidad de hegemonía.”
El sociólogo describe el mecanismo comunicacional relacionado con el discurso del delirio, y lo ejemplifica en la movilización al obelisco. “El problema es que todas esas expresiones son tomadas por los medios concentrados y transformadas en un discurso que tiene pretensión de hegemonía. Esos medios dijeron que todos los que fueron a la movilización estaban en contra de la reforma judicial. De esta manera transformaron esos delirios en discurso político. Toman un conjunto de expresiones con componentes emocionales, belicosos, delirantes y los agrupan en un macrodiscurso que tiene pretensión de hegemonía”
“La disputa por el sentido no se da sólo en el especio mediático” reflexiona Rosso. “Un gran teórico de la comunicación, Jesús Martín Barbero, explica que hay medios pero también mediaciones. Esto tiene que ver con los modos en que los sujetos sociales, políticos y culturales pueden leer lo que circula en los aparatos comunicacionales, decodificarlo y transformarlo en discursos alternativos. Yo creo que hay que pensar la comunicación dentro de la política. Eliseo Verón hablaba de semiosis social. Se trata de un desequilibrio estructural, que no se puede resolver, entre emisión y recepción. Lo que se dice en emisión es siempre distinto en recepción. Eso te asegura la democracia y hace fracasar a Bannon. El único modo de que Bannon puede vencer es cuando la emisión es igual a la recepción. Esa es la gran fantasía de los gobiernos autoritarios: hacer que en la lectura esté exactamente la voz del que habla. Por suerte, en la lectura siempre hay una voz diferente a cómo fue dicha. Y de eso hablan teóricos como Boaventura De Sousa Santos, que plantean cómo volver a poner la política en un lugar central”, concluye.