En los últimos meses, el Gobierno y el campo popular se encuentran ante una ofensiva muy agresiva encabezada por los medios de comunicación hegemónicos y los sectores más recalcitrantes de la oposición, que esgrimen un discurso de odio y no vacilan en poner en riesgo la salud y la vida de la ciudadanía al promover la ruptura de la cuarentena.
Esta situación pone en primer plano la necesidad de que el gobierno implemente políticas comunicacionales que sirvan para enfrentar la coyuntura y, más allá del corto plazo, elaborar una estrategia que aborde una cuestión central para llevar adelante su proyecto político: la disputa del sentido.
Para conversar acerca de este tema llamamos a Larisa Kejval, licenciada en Comunicación, doctora en Ciencias Sociales, docente universitaria e investigadora, Directora de la carrera de Ciencias Comunicación de la UBA e integrante de la Coalición por una Comunicación Democrática.
Kejval dice que es necesario desarrollar políticas de comunicación que profundicen la disputa de sentido y que pongan en cuestión la concentración mediática. Considera que la propagación de los discursos de odio, anticuarentena, noticias falsas o la estrategia de desacreditar las políticas de cuidado que lleva adelante el gobierno nacional son posibles por la concentración mediática que existe en nuestro país, y en toda América Latina desde hace décadas.
“En estos días tuvimos algunas buenas noticias: el lunes 17 de agosto se presentó un proyecto de ley para fomentar la diversidad y el pluralismo, generando líneas de acción para fortalecer la sostenibilidad, continuidad y crecimiento de de medios comunitarios, populares, alternativos, cooperativos y micropymes. Paralelamente se presentan otros proyectos de ley tendientes a fomentar la diversidad, los de paridad de género en los medios de comunicación, que tienen como horizonte enriquecer la presencia de mujeres, trans y lesbianas en el sistema mediático”, explica.
En cuanto a las redes sociales, Kejval observa que quienes tienen mayor capacidad de penetración en ese espacio son los que tienen una referencia más allá de las redes como editores o productores de contenidos. “Es necesario pensar las redes teniendo en cuenta que existe una sinergia entre ellas y el conjunto del sistema mediático, no creo que funcionen como un sistema aislado y escindido, al menos en la producción de información”, expresa.
La comunicadora también se refirió a los logros del movimiento de mujeres en el terreno de la disputa de sentido. “Las mujeres que nos pensamos como parte del movimiento nacional y popular también somos militantes de los feminismos desde hace muchos años. Venimos dando un proceso de construcción, de articulación y también de disputa hacia el interior del propio movimiento. Es un movimiento que permea transversalmente un montón de espacios sociales, es uno de los más dinámicos, más ricos que hemos visto expandirse en el espacio público. Tiene la capacidad de generar interrogantes en un montón de espacios sociales. Creo que tenemos mucho por aprender, para dejarnos cuestionar, tanto mujeres como varones, para movilizar los sentidos más arraigados en términos patriarcales, inclusive dentro del campo nacional y popular. Es un movimiento que nos ha enseñado que la disputa se da en los medios pero también se da en las calles y en todos los espacios donde tenemos algún tipo de intervención”, reflexiona.
“Los procesos transformadores, tanto el feminista como el que se dio con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, hay que pensarlos no a como consecuencia de un solo elemento sino a partir de la confluencia de un conjunto de factores. En primer lugar no es algo novedoso, lo que es nuevo es su expansión en la trama social. Hay una historia muy larga de las viejas compañeras feministas que nos fueron enseñando, formando, en aquellos encuentros de mujeres que ya tienen más de 30 años. La persistencia a lo largo de la historia en una lucha es un elemento muy importante. Pero además, se logró encontrar algunas demandas articuladoras muy fuertes; primero el “Ni una menos”, que se transformó en una demanda con capacidad de articular a una cantidad de sectores que no necesariamente coincidimos en otros aspectos políticos. Luego, hubo un desplazamiento hacia otro reclamo que fue el aborto legal, seguro y gratuito, que se constituyó como la demanda que sintetiza la denuncia al patriarcado más allá del reclamo por el aborto. La construcción del símbolo del pañuelo verde es mucho más que la adhesión a una ley, como la del aborto, sino que expresa un conjunto de denuncias y demandas hacia una sociedad machista y patriarcal”, afirma.
“El pañuelo verde es muy potente comunicacionalmente, logró constituirse en un símbolo político muy cargado de significación en la esfera pública, en las calles, incluso en las propias militancias Aún hoy, en nuestras reuniones virtuales, nos ponemos el pañuelo verde, lo recuperamos como un símbolo, como un objeto cargado de sentido” , destaca
Kejval también reflexiona acerca de la movilización masiva que se produjo durante el Bicentenario, en 2010. “Recuperamos un relato propio, popular de la historia. Para quienes crecimos entre la dictadura militar y los años de la hegemonía neoliberal, pensar en los héroes patrios, en los símbolos nacionales era algo que olía a tradición, a oligarquía, a un relato conservador de la historia. El Bicentenario abrió la posibilidad de resignificarlos desde los sectores nacionales y hacerlos propios. Volver a sentir, o hacerlo por primera vez, el orgullo por la propia patria. También habitar la calle desde la fiesta, para celebrar, escuchar música, bailar con otras y otros tan diversos fue un gesto emocionante y de reapropiación de lo común”, finaliza.